Al menos desde las décadas centrales del siglo XVI en adelante, las hermandades malacitanas fueron dirigiendo sus pasos a la Iglesia Mayor de manera natural, espontánea y fluida. Aunque, desde 1505, algunas corporaciones mantuvieron la antigua costumbre de verificar hasta cinco estaciones en otros tantos templos, lo cierto es que, conforme fueron sucediéndose las fundaciones de Hermandades, la mayoría de ellas optaron por consolidar el protagonismo de la Catedral como la ‘meta sagrada’ que imprimía razón de ser a la práctica pública de la penitencia conforme al llamado ‘modelo barroco’ de la Semana Santa. La consagración y dedicación del actual templo renacentista, el 31 de agosto de 1588, constituyó el gran revulsivo sobre el particular, al facilitar un escenario de excepción que acabó con la etapa de improvisación que había marcado el acceso de las primeras Hermandades a la primitiva y preexistente Catedral-Mezquita y que, en 1606, se revaloriza a raíz de las Constituciones Sinodales del Obispo fray Juan Alonso de Moscoso, al hacerse eco de la conveniencia de realizar la Statio Urbis por parte de las Cofradías. Tan significativo cambio de marco vería incrementadas sus posibilidades de lucimiento cuando, a partir de la Semana Santa de 1771, las procesiones se extendieron a circular por toda la extensión de la Iglesia Mayor. En cualquier caso, desde el primer momento, se impuso la hegemonía indiscutida e indiscutible de un punto estratégico a la hora de señalar, tanto ayer como hoy, la llegada de la corporación al primer templo diocesano con toda la carga emocional emotiva que ello implica: la Puerta de las Cadenas. En consecuencia, el XVII y el XVIII asistieron a la consolidación de tales esquemas celebrativos que, por otro lado, fueron fomentando la teatralización de los ritos y el refuerzo escénico de la propia procesión en sus participantes, gestos, insignias, símbolos e imágenes, al tiempo que el propio Cabildo Catedral los secundaba con entusiasmo.
Historia de la Estación de Penitencia
Con el siglo XIX y las convulsiones políticas, institucionales e ideológicas que tanta huella dejaron en las instituciones eclesiásticas, quedó interrumpida la cotidianidad del culto procesional y, consecuentemente, la continuidad, hasta entonces ininterrumpida, de las estaciones de las Hermandades a la Catedral. Bastante menos halagüeños se mostraron los aires de los primeros años del siglo XX, donde la crisis generalizada dispersó y redujo a mínimos el asociacionismo cofrade. Es sabido que en esta fase de desconcierto, crisis y confusión, la fundación, en 1921, de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa constituyó un hecho ‘providencial’, con vistas no ya a la recuperación, sino al esplendoroso resurgir, crecimiento e, incluso, ‘reinvención’ de la Semana Santa de Málaga. Es en este preciso momento cuando se impuso un nuevo modelo de Semana Santa que, sin mala fe, dio la espalda a la Catedral y se olvidó de ella durante décadas en beneficio del recorrido oficial tipificado por la Alameda y la calle Larios. En líneas generales, esta nueva concepción ‘burguesa’ de la Semana Santa -que, a la postre, desplazaba y prácticamente condenaba al olvido el “modelo barroco”-, no sería otra que la misma que renacería a partir de los años cincuenta, una vez superada la ruptura traumática provocada por los sucesos de los años 30 y la posterior Guerra Civil.
En este sentido, entre 1949-1976 la Hermandad Sacramental de Jesús Nazareno de Viñeros fue la única corporación en verificar una práctica que, de ser absolutamente generalizada y cotidiana durante centurias, pasaría a ser considerada y vista como un ‘privilegio’. La presencia en sus filas de personajes conocedores del rico pasado histórico de las Cofradías malagueñas como el erudito Joaquín Díaz Serrano y el abogado Sebastián Souvirón Utrera fue determinante para que, a raíz de la restauración de la corporación en 1947, la estación en la Catedral también constituyera una apuesta firme por la recuperación ‘romántica’ de una práctica penitencial de siglos y en conexión específica con el secular carácter sacramental de esta Cofradía, deseosa de rendir adoración al Cuerpo de Cristo en el Monumento.
Si a la Hermandad de Viñeros le corresponde el honor de haber recuperado históricamente para la Semana Santa de Málaga la Statio Urbis, a esta Archicofradía Sacramental de Pasión le pertenece desde 1977 haberlo hecho ‘vocacionalmente’; esto es con toda su profunda significación penitencial y religiosa, marcando tendencia y ‘entreabriendo’ la puerta, nunca mejor dicho, para el posterior empuje de otras Hermandades pioneras, entre las llamadas “Cofradías Nuevas”, que fueron instituyéndose o reorganizándose en esos años.
En efecto, cuando en 1975 se reformaban sustancialmente los Estatutos y fueron pertinentemente aprobados por el obispo Ramón Buxarrais Ventura, el 24 de diciembre de 1976, el prelado autorizaba a la Cofradía de los Nazarenos de Jesús de la Pasión a efectuar Estación de Penitencia en el interior de la Catedral. Con esta concesión se sustituyó la práctica del Vía Crucis que, entre 1945-1967, celebraba esta Hermandad en la tarde del Viernes Santo en la Plaza del Obispo y cuya continuidad, tal como estaba concebido, no era factible por los cambios operados en la Liturgia después del Concilio Vaticano II. Son numerosos los testimonios gráficos que dan fe de esta singularidad procesional mantenida durante 22 años, lo cual hizo que esta Archicofradía duplicase literalmente su presencia en las calles de Málaga.
Así las cosas, el acontecimiento histórico sin precedentes de la primera Estación de la actual Archicofradía de Pasión acaeció en la tarde del Lunes Santo, 4 de abril de 1977, coincidiendo con el estreno de la portentosa imagen del Señor, esculpida por el artista sanroqueño de raíces malagueñas Luis Ortega Bru. La visión del Nazareno bajo las bóvedas catedralicias tuvo su oportuno reflejo gráfico en la fotografía de Arenas elegida como base del cartel oficial de la Semana Santa de 1978. Qué duda cabe que con esta estampa alcanzaba uno de sus hitos culminantes la profunda ‘revolución’ interna y desde arriba que, por aquellos años, iba transformando gradual y radicalmente la imagen externa de Pasión, hasta el punto de ser capaz de reinventarse sin dejar nunca de mostrar a todos la misma Hermandad austera de sus comienzos.
Pero, sin duda, el impacto de esta visión dio de sí mucho más que una impresión más o menos insólita, más o menos efectista. No en balde, la Semana Santa de 1978 iba a ofrecer más de una ‘novedad’ que, entre otros factores, discurría por el sendero incipientemente marcado por el impacto producido entre las jóvenes generaciones cofrades de ser ya dos, y no una, las Cofradías que atravesaban el arco de la Puerta de las Cadenas. Comenzaba, a partir de aquí, el referido fenómeno de las “Cofradías Nuevas” que desemboca en la actual y fecunda trayectoria de la Semana Santa de Málaga.