Tenía que ser allí, a sus pies, donde el Señor quiso guiar los pasos de buena parte de sus cireneos para verlos reunidos de nuevo.

Casi sin darnos cuenta y tras una pandemia que aún sigue dando coletazos, habían pasado más de veinte meses desde la última vez, de aquellas noches de ensayo, ilusión y hermandad que preludiaban un Lunes Santo glorioso. Finalmente tuvimos que vivirlo forma diferente y por partida doble, pero allí estábamos una vez más, fieles a nuestra cita, con la suerte de llegar cargados de salud; no se puede pedir más. Y aunque nunca hemos perdido el contacto y muchos de nosotros ya nos habíamos visto durante esta larga espera, reencontrarnos allí, por Él y ante Él, fue muy especial. Además, el ambiente era propicio: la iglesia en penumbra, tan sólo la luz que alumbra la capilla, como el faro que da esperanza al marinero bajo la tempestad; la Vida misma abriéndose paso y llamándonos a su encuentro.

Tras la alegría de vernos, intercambiar impresiones y ponernos al día, tomamos asiento y nos acercamos a Simón de Cirene. Entre la lectura del breve pasaje que le dedica Marcos en su Evangelio, las imágenes de la Pasión que se proyectaron y la intervención del Rvdo. D. Miguel Ángel Gamero, a quien desde estas líneas quiero agradecer su disposición y las palabras dispensadas, viví un momento de profunda introspección, y puedo asegurar que también todos los allí presentes. Resultó realmente muy reconfortante escuchar todo lo que se dijo y reflexionar sobre el encuentro de Simón con el Señor. Cuánto tenemos que aprender de la tarea que le fue encomendada al cireneo: estar con el que sufre, contribuir a aligerar su carga haciéndola nuestra. En definitiva, cargar la cruz y seguir al Señor. Y qué cosas, al final trazas el paralelismo y todo cobra sentido. Tratas de aplicar la enseñanza en la vida y la ves reflejada en los momentos que en cada estación de penitencia se repiten bajo los varales: un grupo de hermanos que, todos a una, los corazones latiendo al unísono, comparten la carga sin dejar que nadie caiga, porque así tiene que ser.

Después llegó el silencio. Las miradas, todas fijas en una misma dirección, hablaban por sí solas. Todo un diálogo que cada uno de nosotros hizo propio, llenándolo, estoy seguro, de plegarias y agradecimientos que también pudimos dejar por escrito, y a qué buen recaudo…

Por fin habíamos vuelto, cada uno cargando su cruz, dispuestos a seguir una vez más el ejemplo de Simón, siempre andando y sin dejar a nadie atrás, porque volverán a tañer las campanas, volverá el Señor a caminar.

C. Marcelo González
(Hermano y Hombre de Trono de Pasión)